Ya sabes ese día en el que recibes una carta de la maestra o del director de la escuela de tu hij@ y tienes miedo a abrirla porque estas preocupada de que tu hijo volvió a portarse mal? ¿Y que esta vez estuvo peor que antes? Y que, desafortunadamente, vas a llegar tarde otra vez al trabajo, y tu bien sabes ¿cuáles son las consecuencias de esto?

O tal vez has notado que tu hij@ está de peor humor que de costumbre últimamente, y esto también te afecta a ti como mamá o papá.

Algo está pasando con tu hij@ que ni tu ni él o ella están disfrutando. Y entonces piensas, si no cambias nada, ¡nada pasa!

Como nutriólogas, hemos encontrado un problema común que contribuye al mal humor, al mal comportamiento, y hasta a depresión en los niños. Y simplemente es, la digestión. Lo que comemos, y como digerimos los alimentos causa otros problemas, por ejemplo, como dormimos, actitudes retadoras y malos humores.

Además de la digestión, sin embargo, hemos observado que la raíz del problema es en realidad que los papás están confundidos, abrumados y cansados de tratar de entender lo que pasa estos días con “la jungla nutrimental.” Están frustrados de que han tratado que sus hijos – cualquiera que sea la respuesta – coman “bien.”

Si tu hij@ están teniendo problemas digestivos, esto se puede manifestar en actitudes negativas, comportamientos poco deseados, hiperactividad y malos humores, que también pueden perturbar a toda la familia.

Aclarando la confusión y encontrando alternativas de cómo hacer cambios simples y prácticos en casa, han empoderado a todos los miembros de las familias.

¿Te imaginas recibir cartas de la maestra diciendo que tu hijo se porta muy bien en la escuela y que ha mejorado su concentración?

¿Te imaginas empezar a hacer conexión entre los alimentos, el humor, el sueño, y el comportamiento? Te quiero platicar lo que me paso con una niña de una de nuestras clientes de Aventura Niños Felices y Saludables:

Mi teléfono sonó, vi el nombre de mi clienta, y cuando lo contesté, me sorprendió que no era ella. Era la voz de su hija de 8 años que me preguntó, “¿En verdad me vas a ayudar con mi pancita?”

Lo único que dije fue: “SI.” Lo demás es historia, ahora tenemos ¡una niña feliz y saludable más en el mundo!